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El placer de conducir de costado

“Avanzar a golpe de derrape”. Así llama Jim Goodlett a su forma favorita de conducir. Con él nos esperan cruzadas espectaculares y velocidades de vértigo en un Porsche 911 SC de rallyes de los años ochenta. ¡Bienvenidos al asiento de copiloto imaginario!

Hay gente que tiene la capacidad de contarte una historia y hacerte sentir que la estás viviendo en primera persona. Con ellas puedes ver los rayos y oír los truenos de una tormenta a pesar de permanecer sentado frente a tu escritorio. Jim Goodlett es una de esas personas. Ahora mismo se encuentra en su casa de Savannah, Georgia, levantando una enorme polvareda tras de sí al volante de un nueveonce Safari. Me hubiera encantado ponerme el cinturón junto a él, en el asiento del copiloto, y sentir en mi propia piel cómo reacciona el Porsche 911 SC de 1978 sobre la grava. Tenía incluso el billete de avión reservado, pero el coronavirus cambió los planes.

Así que hubo que pasar al plan B: videoconferencia. Vaya, ¿cómo voy a experimentar toda la emoción sentado en el despacho de mi casa? Muy fácil: llamando a Jim Goodlett. La personalidad que irradia es tal, que casi tengo que ajustar la intensidad del brillo de mi pantalla. Con la cámara de su ordenador me muestra, orgulloso, la cinta de correr que tiene bajo el escritorio.

“Todos los días hago entre 15 y 30 kilómetros mientras trabajo”, cuenta antes de bajar la voz con una sonrisa cómplice y añadir: “¿Sabes qué es lo que más me gusta de las carreras de coches? Me mantienen en forma. A mi edad (nací en 1962), participo en carreras de karts contra jóvenes a los que doblo la edad. Con la cinta de correr mantengo mi forma física para poder frenar en el último momento cuando voy a toda velocidad y derrapar tanto en el kart como en mi nueveonce cuando lo conduzco fuera de pista”. Según él mismo asegura, “circular de costado es como si fueras a tener un accidente, pero con la situación bajo control. Y sucede más de 500 veces en una carrera de 10 horas. ¡Qué maravilla!”.

Se nota que se lo pasa en grande. El relato de sus días en los campeonatos de karting junto a su amigo Ray Shaffer suena demencial. Es imposible no dejarte contagiar por su entusiasmo mientras le escuchas. Tienes la sensación de estar ahí en mitad de la historia. Sus descripciones están llenas de giros y saltos en la narración. Son una montaña rusa de emociones que te hacen olvidar cuál era la pregunta mientras te invade una gran curiosidad por ver cuánto darán de sí las historias de tu interlocutor y la contagiosa alegría que transmite. “Pero resumamos”, dice de pronto, mientras cierra el relato con una serie de fotos perfectamente ordenadas. Cambio de escena.

Así es como debe de ser ir de copiloto con él en el 911 SC: un sube y baja emocional vertiginoso y un sinfín de cambios de rumbo inesperados, mientras el motor bóxer refrigerado por aire ruge como si no hubiera un mañana y la grava rebota contra los bajos del vehículo. Devorando una tras otra las curvas del bosque a gran velocidad, y Jim preguntándote a tu lado a voz en grito si te encuentras bien. “¿Por qué lo dices?”, respondes tratando de fingir entereza, pero tu voz se oye insegura y débil a través de los auriculares. Es en ese momento cuando Jim aumenta el ritmo y hace deslizar de la zaga al 911 en una serie de cruzadas perfectamente enlazadas. El automóvil tiene una capacidad de tracción asombrosa, lo que le permite seguir avanzando a un ritmo frenético dejando tras de sí una nube de polvo. Jim muestra una sonrisa de oreja a oreja y tú haces lo propio. Avanzar a golpe de derrape. Así es como funciona. Y ahora sería el momento de dirigirse a su bar preferido.

Goodlett ha recorrido de este modo muchos miles de kilómetros por los Apalaches con su 911 SC, galopando en pleno bosque por pistas que no conocen el asfalto. Conduzco de un modo que “casi roza lo temerario”, reconoce Jim por videollamada mientras lleva ya recorridos casi 7 kilómetros en la cinta.

Nuestro protagonista registra de manera continua su idilio con Porsche de la misma forma en la que lo transmite: mediante instantáneas que se graban a fuego en el cerebro y generan imágenes poderosas. Son como obras de arte de una galería de renombre.

En la primera imagen que me enseña aparecen coches de rallye de la marca Hot Wheels, con los que siempre juega a derrapar con sus ruedas giradas. Cruzar los coches de juguete en el respaldo del sofá o entre platos y tazas es algo habitual en su día a día. Sus ojos brillan al mostrar la colección de 911 que atesora sobre el escritorio.

Después, me muestra otra imagen para el recuerdo, en la que aparece él mismo cuando tenía 11 o 12 años, junto a su padre, viendo ambos una carrera de la International Race of Champions (IROC). "Los Porsche 911 RSR se salen con estrépito de la pista y recuperan la posición derrapando con insolencia, dejando a los adversarios a la altura del betún". Jim lo cuenta con entusiasmo y explica sin cesar que Porsche es una pasada.

Lo siguiente que me enseña es una serie de fotografías pertenecientes a una revista europea de competición. Muestran los Porsche 911 SC con la decoración de Martini Racing, que causaron sensación en el Safari Rallye de 1978. Muchos años después de aquella prueba, Goodlett se acabó comprando un 911 SC de 1978 con signos de batalla tras haber completado varios rallyes que, ahora, con su jaula antivuelco, sus modificaciones mecánicas y de chasis, sus asientos deportivos y sus cinturones de seis puntos de anclaje, se ha convertido en un coche de competición adecuado a los requisitos actuales.
La cuarta y última imagen muestra a Jim en sus años de universidad, visitando un concesionario de Porsche en Houston. En aquella época, Jim quería impresionar a una chica, hasta el punto de que llegó incluso a probar un Porsche 930. El vendedor seguramente intuía que el atrevido joven no tenía dinero para comprar ese coche, pero no pareció importarle demasiado y dejó que diera rienda suelta a sus deseos. En aquel preciso instante prendió una llama que todavía hoy perdura. En su 50 cumpleaños, Goodlett adquirió un 911 Turbo (930) de 1984 en azul pizarra metálizado, que se convirtió en su primer Porsche.

Apenas 28 días después, se cruzó en su camino una réplica de Porsche 911 RSR, a la que no pudo resistirse. Sin dudarlo, se llevó a su garaje este ágil deportivo que, gracias al bastidor tubular y la carrocería de fibra de vidrio, apenas alcanza los 900 kilogramos de peso. Tres años más tarde sumó el 911 SC a su colección y es cuando, por fin, había logrado reunir a todas aquellas criaturas locas y mágicas con las que siempre había soñado. “Solo hay una cosa imposible de imaginar en esta entrevista a distancia”, dice misterioso y muy cerca de la cámara, “el placer que estos coches generan hay que vivirlo de primera mano. Su crudeza y explosividad, su perfección y sutileza, su sencillez y, al mismo tiempo, su complejidad. Un Porsche es un sueño que, al convertirse en realidad, hace que todo lo demás pase a un segundo plano”. En Savannah, mi interlocutor se despide con la mano, hace un gesto con la cabeza y dedica una sonrisa a la cámara. La pantalla queda fundida en negro.

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